Panorama literario: «Breve ruido de lo que se escribe en el silencio» por Jeremías Martínez

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A veces pienso que tengo mala suerte para muchas cosas. Pero, en compensación, creo que tengo mucha suerte para otras. Y nada más afortunado que el hecho de, en estos últimos tres años, por esas cosas raras que a uno le pasan y no puede explicarlo, dictar un pequeño, pero muy entusiasta taller de narrativa. Digo que esta es una suerte (y siento que no le sobra nada a la palabra empleada) porque, sin él, no hubiera leído (o, por lo menos, hubiera demorado en llegar a hacerlo) a mis contemporáneos, esas otras almas errantes que encuentra en el escribir una manera de sujetar su esencia a la perdurabilidad de la escritura.

Realmente, dictar clases durante los veranos me ha servido para conocer y apreciar mejor el arte de escribir. Si bien no se puede enseñar a lo que buena e ilusamente se llama “aprender a escribir”, sí se pude diseccionar los textos y analizar la arquitectura que los sostiene, operar el lenguaje y entender por qué se eligió una palabra y no otra, seccionar los párrafos y solazarse con las técnicas que el autor incorpora para crear un narrador entrañable. Así, en ese devenir de las letras, entre lecturas entrañables y nombres que se me escaparon, pero historias que aún viven en mí, he logrado conocer, en varios de estos escritores, no a aprendices del oficio, sino a colegas con una pasión casi tan desmesurada como las palabras que los erigen. Por ello, lo que sigue es un breve recuento por esos quehaceres de aquellos colegas silenciosos que tallan el ruido con sus escritos, con los cuales he tenido la buena suerte de compartir un mismo lugar, para también aprender de ellos.

[2017]

Melanie Galarreta era una estudiante de Derecho cuando la conocí. Su texto “Primer y último encuentro. Un interludio para María” era uno de esos textos que se escriben con algo más de entusiasmo que con razón, por eso mismo, en cada línea se abría paso, a través de la mirada que se focaliza sobre María, un intimismo asexuado, que demuestra una pericia que se puede ir tejiendo. De Melanie se puede esperar mayores cosas en narrativa; pero quizá sus logros puedan encontrarse en la poesía. Ella también es gestora cultural, y, actualmente, junto a un compañero de su carrera (hasta donde sé) dirigen el portal Proyecto Entrelíneas

Por su lado, Kevyn García escribió un cuento “El rondar de un tuno”. Se trata de un thriller policiaco que nos cuenta la resolución de asesinato dentro de un grupo de la TUNA. Siendo optimistas, se puede equiparar a una incipiente El nombre de la rosa. Si bien el lenguaje erudito de Eco no lo hallamos aquí, el modo de desenredar la trama, los vericuetos por donde se arrastra al lector, para llegar a un punto de salida, donde, con el final, se llega a la solución de problema, se asemejan a la labor del semiota italiano. Llamativo de este texto es la deuda que el lenguaje que sostiene este cuento se puede hallar en la Edad de Oro de la Literatura española. Kevyn, además es docente y humanista. Actualmente, se encuentra enfrascado en la corrección de su poemario “Los puertos olvidados”.

Las hermanas Vázquez (Aracelly Alondra y Diana Gisela) fueron dos descubrimientos muy agradables aquel año. Empecemos por Aracelly, la Pájara, para los amigos. Ella es más adepta a la poesía, pero también lectora consciente. La conozco más y mejor a través de sus versos, que, por cierto, ha ido en escala ascendente. Su primera etapa se puede equiparar a un postromanticismo posmoderno, puesto que entrelaza las vivencias del cuerpo con el sentir de una naturaleza para nada agradable. Esto se puede ver claramente en su poema “Somatizando”. Ahora, cuando escribe es más descarnada. Parece haber dejado atrás esa primera etapa y hacerse más eielsoniana. Diana, en cambio, es el otro lado, es una romántica tradicional, que respeta la métrica y la rima. Sus poemas, en efecto, cargan música; pero no por eso son cursis o melosos. Todo lo contrario: su poesía es alegra y viva, no adormila y despierta los sentidos. No he leído nada más de ella, solo que recuerdo en el año en mención. Sé que se dedica a la docencia y es una incansable caminante.

[2018]

Tadeo Palacios fue un buen descubrimiento en ese año. Un narrador joven, que ya tiene un libro publicado en su natal Piura, de prosa fina y calmada, deudor de Gutiérrez y, por qué no, de Reynoso. Recuerdo con entusiasmo su cuento “No tarda en amanecer”, donde se nos muestra el lado humano de un guerrillero. Se nos cuenta los titubeos y devenires de un subversivo al momento de perpetrar el acto. Luego leí su cuento “Cuánto más vas a resistir”, y mis sospechas fueron confirmadas: se trata de una voz narrativa que se va construyendo tras cada ejercicio, y lo hace a paso firme. Tiene manejo de la técnica y respeto por el lenguaje. Se toma el oficio como algo serio y eso es mucho. Actualmente, se dedica al Derecho; pero sé que no ha dejado de escribir, lo hace constantemente, y prepara un libro de cuentos del cual, por seguro, vendrá mucho.

Yadir Gómez, junto a Tadeo, se trataba de una voz con experiencia. Si Tadeo le debía mucho a Gutiérrez y a Mario Vargas Llosa, Yadir es seguidor de Reynoso y Zavaleta. Lo conocí, por primera vez, a través de su cuento “Lo que (a)traen son sus tetas”. Desde el título se puede obtener pistas de su estilo, que nos da pie a rastrear dos características importantes de su narrativa: 1) el recurso oral y coloquial que siempre busca y 2) la experimentación con la palabra. Precisamente, a partir de ello se construye su obra. En su narrativa (hasta hoy) se pueden encontrar estas marcas de estilo, en mayor o menor medida. Es un narrador que ha incursionado (no con mucha suerte como en el cuento) en la poesía, pero que no pierde esos pilares que lo construyen. Leí con gran gusto su segundo cuento “Más feliz”, donde el lector puede encontrar atisbos de Hemingway, y el cuidado de la forma de Reynoso. Más allá de ello, es altamente recomendable su libro Observaciones minúsculas. No hay pierde con Yadir, es alguien que se toma en serio el trabajo. Actualmente, es animador cultural, a través de las revistas digitales y una editorial que apuesta por lo nuevo y lo de calidad. Sigue experimentando con el cuento; pero, sinceramente, creo que sus cuentos más logrado son dos “El presidente no quiere bailar” y “¿Quién era Eddie?”.

Gonzalo Marquina ese año envió un cuento curioso llamado “La piel brillante”. Es un cuento ambientado en un paraje, se infiere, campesino, donde lo onírico y lo real se mezclan como aliciente para lo duro que es la pobreza. Un anciano, Máximo, se resiste a dejar su chacra y tener una mejor vida. Vemos cómo el apego a la tradición es mayor que la tentativa de cambio. Lo mismo sucede con la vuelta de tuerca que se le da al final, donde esa idea de inamovilidad se sostiene. Actualmente, Gonzalo es uno de los mejores difusores de la cultura occidental en el Perú, dicta talleres sobre haikus y trata de enlazar ambos deberes.

Georgina Castillo es una joven narradora que escribió “Todos los demás”. Se nos cuenta la historia de una señora llamada Cotrina, quien afronta la soledad que llega luego de que la casa ha sido abandonada por los hijos. Pero este abandono no es algo natural, sino que responde a una obligación que los lleva a buscar mejores fortunas. Le leí otro cuento, “Carito y el Sol”. Este es un cuento, aparentemente, para un público infantil; sin embargo, tal afirmación entra en duda cuando te percatas que la potencia de la historia impide que alguien sensible y no preparado se mantenga reacio luego de su lectura. Es un cuento con un final desolador que te arrebata la emoción inicial. Y no hay nada mejor que una historia que te haga sentir: esas son las mejores historias.

Para no ser mezquinos, cabe recordar a Edgar Monroue, quien ha creado una carrera personal e interesante en la poesía; Lorenzo Villanueva, que tiene un proyecto una novela sobre los suburbios violentos y delincuenciales; Italo Da Giau, quien explora los mundos de terror y horror (algo que en nuestra literatura ha tenido incursiones no muy bien pensadas); Billy Colonia, cuyo cuento “El equipo de mi barrio” es una oda a la nostalgia; Cristina Cahuana, narradora de LIJ que está haciendo un trabajo loable en este rubro; Matías Arbieto Tello, cuyo cuento “Epílogo de un escritor”, es un cuento interesante por el juego metaficcional que construye, que te hace mantenerte pegado a la lectura para no perder de vista al narrador, ni dejar de oír sus desvaríos, el cual se pierde entre otras voces. Es un cuento memorable que, espero, volver a leer.

[2019]

Este fue un año de reencuentros y lecturas apremiantes. Empezaré citando a Peter Cueva.  Un buen compañero, alumno y amigo, con quien he departido de literatura, y alargábamos las clases en los lugares menos pensados. Narrador nacido en Barranca, que ya había leído antes, con su texto “Teodicea”, que, la verdad me dejó intrigado por saber cuánto más podría escalar. Y dicho salto se logró, precisamente, este año en mención, pues obtuvo el premio Caelit. Sin duda, es una voz a la que hay que prestar mucha atención; sobre todo por su forma de apreciar y comprender la literatura. Deudor incansable de Reynoso, del Luis Fernando Cueto, por eso miso persigue esa línea narrativa de cuidado del lenguaje. Cabe señalar que Peter es fiel a su terruño, si no, vale la pena leer su cuento “Commodities”.

Una narradora que he tenido el agrado de leer es Nadia Basauri. Lo primero a resaltar es que su obra se puede enlazar a la tradición ribeyriana, cuya huella se puede apreciar en la frase directa y el privilegio por la observación del derrotero del personaje. Otro autor que se puede encontrar es Balzac, pues evoca esta forma de describir escenarios y la realidad social de los mismos. Destaco su cuento “El hijo”, para mí, su mejor cuento. Se puede hallar también en sus cuentos a Higa y a Chejov, sin duda, si continúa con esa constancia de calidad, se erigirá como una voz narradora muy atrayente para nuestra literatura.

A José Mauricio lo conocí en el 2018, pero en el 2019 nos hicimos más amigos. Es un joven narrador manchayno, al cual conocí por un cuento muy interesante por el tema que aborda: el Alzheimer. Tiene otros cuentos, también interesantes como “Lima Gris”. Ahora estudia Ciencias Políticas, y, espero que no deje de lado esa vena literaria que empezó a tejer desde joven. También tenemos al narrador huaralino Diego Veramendi, que espero siga trabajando en esa novela fantástica que estaba escribiendo. Leí un capítulo de esa novela. Si bien presentaba algunos errores de redacción, se aleja de los tópicos que están en boga en el mercado literario que exige este tipo de novelas. Precisamente, allí se encuentra su valor: Diego no escribe para un público comercial, él escribe por el mero placer de hacerlo.

Ahora tenemos a Rodolfo Sachún. A él también lo conocí en el 2018; pero fue en el 2019 donde aprecié mejor su calidad narrativa. Hay que añadir que él es poeta. Ha publicado un poemario, Saturno en invierno, que, precisamente se puede tomar como el embrión de Los pasos ocultos de Myrddin, hasta ahora su obra narrativa más lograda. Antes le leí un cuento “Cleo-Patra”. Esta última novela es una de las pocas que, en nuestra literatura, aborda la fantasía épica. Deudor de Úrsula Le Guin, de la poesía contemplativa (que me recuerda mucho a Robert Pinsky, uno de mis poetas favoritos actuales), Rodolfo nos ofrece una novela (todavía inédita) que aborda un paisaje medieval épico, donde construye un mundo en el que convive demonios, magos y humanos. Es loable su labor. La historia es redonda y está bien pensada, al punto de que el lector puede quedar más que asombrado tras ver la pericia con que unen los datos que se van dejando a lo largo de los capítulos. Lo más rico de la obra, a mi parecer, son las descripciones que hace del paisaje. Y es aquí donde se puede ver la huella de la poesía contemplativa. Su labor es realmente interesante. No hay que perderle de vista.

[2020]

Este año que recién empieza, y parece aciago y longevo, con más penas que alegrías, pero, a pesar de ello, me ha traído tres descubrimientos sutiles y agradables. Primero a Sonia Escobar, cuya prosa rebusca en la intimidad más dolorosa para poder mostrarnos las dolencias psíquicas de un sujeto posmoderno, atravesado por la tristeza, la ansiedad y el estrés. El otro es Bruno Molina, cuyo cuento “Mariano Puerquito viviendo por primera vez” es una sutil y curiosa alegoría de la iniciación del sujeto en la felicidad. Con una mirada afectiva, redentora y amable, nos invita a recorrer, como en un paseo, los días de Mariano, un Puerquito que va a la escuela, y somos testigos de sus relaciones interpersonales. Llama la atención también la construcción arquitectónica y comparativa entre videojuegos y vida del personaje. Sin duda, Bruno es alguien de quien se puede esperar aún mejores cosas. Por último, Miguel Villanueva Colchado, joven sanmarquino, estudiante, narrador chimbotano, que acaba de publicar su primer libro De la flecha y el arco, con apoyo de la municipalidad de su ciudad natal. Es una historia que nos reescribe la Historia oficial. Todo a partir de un elemento extraño: un hallazgo, precisamente, de un arco más antiguo que el hombre. Destaca de su labor, el juego de la ficción dentro de la ficción, y el recurso borgiano (por qué no, cervantino) de apelar a ficticios eruditos para darle fuerza a su discurso. Joven promesa que puede ofrecernos más.

[FIN]

Tras este breve repaso por las historias y autores que, como profesor de un taller que me ha encantado dictar, porque me hace revalorar (por siempre) aquella labor que, al igual que mis colegas y ocasionales alumnos, respeto y quiero, solo me queda invitar al lector común, al apasionado de la lectura, al crítico, al cuestionador, al querellante, al especializado, al curioso, al que busca lo nuevo darles una lectura a estos escritores, que, al igual que yo, han comprendido que para ser escritor, primero, hay que ser lector; que, saben que no se trata solo de inspiración, que esta no es nada si al lado no está el trabajo arduo, y que no existe la obra perfecta, sino que esta se construye a lo largo del oficio.

Espero haber colaborado en algo a la difusión de una obra silenciosa que se teje solitaria, pero con fuerza, donde la mirada hegemónica no alcanza, porque todo está velado por la publicidad, lo grandilocuente y lo majestuoso. Aquí, en los linderos de la ciudad también se escribe.

Marzo, 2020


Jeremías Martínez Rodríguez
Lima, Perú 1990. Es licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Cursa la maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana (UNMSM) y la de Literatura Infantil y Juvenil (UCSS). Ha participado como ponente en diferentes congresos y coloquios a nivel nacional e internacional. Se desempeñó como director del Grupo de Estudios Literarios Edgardo Rivera Martínez (GELERM), con cuyo equipo realizó el I Taller de Literatura Infantil y Juvenil en la Facultad de Letras, y el Taller de Introducción al Psicoanálisis. En el 2014, obtuvo la beca de investigadores otorgada por el Instituto de Investigaciones Humanísticas (IIH) para el desarrollo de su tesis El canon literario peruano como instrumento hegemónico para la conservación del poder: su formación en las escuelas. Ha sido finalista en el Premio Copé de Novela del año 2015, concurso organizado por Petroperú, con la novela Saudade. En el 2013, obtuvo menciones honrosas en las categorías de cuento y poesía en el concurso Ha publicado textos de ficción en revistas como El Bosque; artículos literarios en Cuadernos Urgentes y El hablador. En el 2018, publicó la novela Saudade (Editorial Coriolis). En el 2019, con el apoyo de Cielo Gris Editores publicó La conjura de los dinosaurios. Pertenece al grupo de investigación Grupo de Estudios sobre Ética y Literatura (GDESEYL). Está próximo a publicar a La ceguera es como el mar, con Cielo Gris Editores. Como investigador, su labor se centra, actualmente, en el canon literario peruano, la autoficción, la narrativa peruana contemporánea y la literatura infantil y juvenil, sobre todo, en el Plan Lector.

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